De este modo, la puesta en escena se construye a través de
una serie de cuadros o viñetas que se separan entre sí por oscuros pronunciados
en los que los actores intervienen la organización de los muebles de la casa-jaula.
Sin embargo, y aunque cada escena puede sostenerse como una unidad en sí misma,
todas desarrollan lo acumulado dentro de la acción dramática. Así es cómo, luego
de haber planteado el tono cómico trágico propio del teatro del absurdo, los
personajes y la situación van descoyuntándose hasta el grotesco y exagerado de
la farsa violenta. En todo esto, muchas veces, el público no sabe si reír o no,
pero, mira atentamente con una intención de pregunta suspendida en la mirada. El
final es una danza donde se lanzan guiños a referentes de la expresión liminar
entre el teatro y la danza; por ejemplo, el trabajo coreográfico de Pina Bausch.
Así, dentro de este delirio de encierro -aparentemente inexplicable, aunque se menciona mucho el conflicto económico-, todos los personajes están solos. Cada cual, como una mónada impermeable en su conflicto consigo mismo. Entonces, y a pesar del tremendo terror y la inercia enmohecida de una vida, donde, por lo menos la sobrevivencia está resuelta, el hijo del eterno adiós imposible (interpretado por Fernando Bueno), logrará hacer temblar las estructuras familiares y matar simbólicamente a sus padres, para encontrar el amor con otro hombre, muy parecido a él, de una familia muy similar a la suya, aunque con una circunstancia de bienestar financiero, que, de cualquier manera, parece no hacer gran diferencia en el planteamiento del conflicto humano propuesto por la obra.
De este modo, el trabajo actoral de Fernando Bueno transita en una tesitura muy distinta a la del resto de los personajes, cuando sufre hasta las lágrimas la problemática de su lucha interna, concentrando su mirada en el núcleo de la escena, para el esfuerzo de encarnar el fondo complejo de la lógica incoherente en la vida familiar. Por su parte, los actores de experiencia comprobada en su larga y fértil trayectoria, Alejandro Calva y Esther Orozco, que hacen de padre y madre, transitan entre la charla deshilvanada de su matrimonio y la atención ferviente al público sobre el cual quieren incidir con vehemencia.
“El adiós” de Mireille Bailly, con la traducción y dirección de Boris Schoemann presentará sus últimas funciones de este año el próximo fin de semana, para retomar en enero del 2026, también en el Teatro Santa Catarina de la UNAM.






Comentarios
Publicar un comentario
Nos interesan tus comentarios...