Aleteo

1º de julio del 2023

Por Verónica Albarrán


Antes de entrar al teatro:

La curiosidad se dispara cuando la publicidad de la obra teatral nos promete abordar un tema sensible, relevante y de gran trascendencia histórica para todas y todos quienes vivimos en la Ciudad de México: un posible temblor de inusitadas magnitudes se pronostica azotará la vida urbana del monstruo en que nos situamos. De inmediato, el imaginario de una memoria colectiva se pone en juego a través de las imágenes, sensaciones, aromas y sonidos (alarma sísmica) que nos han tatuado el registro corporal de los recuerdos. Incluso el gesto del puño levantado en la exigencia de un obligado silencio que, por cierto, se ha desplazado como estrategia colectiva para otras actividades masivas, en donde la emergencia de la vida acontece a mitad de la marcha, el concierto, o la asamblea... también, y sobre de esto, los asuntos no resueltos que siguen constituyendo lucha para los colectivos de vecinos organizados a fin de recuperar las viviendas perdidas, derrumbadas, hechas polvo y de las cuales, en muchos casos, todavía no les son restituidas ni las bases de sus cimientos. Se hace, pues, difícil no pensar en las costureras sepultadas, en los topos valerosos y los perros rescatistas. Un rumor de crujido, el olor a muerte serpenteando las calles, la desazón, el caos; pero, también el cariño solidario, los afectos entre desconocidos, la colectividad renacida. 


Dentro del Julio Castillo:

Al interior de la sala y sobre las tablas, una escenografía muy sencilla de grandes páneles blancos y luminosos dibuja la línea que, en diagonal, produce el efecto de una perspectiva profunda. Al centro, algunas plataformas rectangulares van cargadas de muebles: aquí una sala, allá una mesa con su silla, por acá otra mesa larga evocando una oficina. Todo en colores neutros. Del otro lado y coincidiendo con el fondo, un telón de colores terrosos sobre el escenario dispuesto junto a la zona en donde se apiñonan instrumentos musicales que serán interpretados en vivo. Sin señal de llamadas que adviertan al público, actores y actrices irrumpen sobre la escena para presentarse frente a la audiencia. No dicen nada, pero, casi inmediatamente una voz en off nos habla desde cabina: la obra plantea una dinámica participativa, de modo que en ciertos momentos clave (llamados puntos de quiebre) el público votará sobre el destino de la trama que se desarrolla en escena. Ante esto, el respetable no duda en interactuar. Siempre atento al nuevo paréntesis -y una vez prendida la luz que ilumina las butacas-, levanta la mano, comenta entre sí y sin dudarlo ni un momento, emite su voto. Los resultados no hacen chistar a nadie. Sin embargo, es preciso decir que aquella tarde éramos pocos, ni la mitad de la sala. ¿Cómo hubiera sido, en un teatro lleno, la participación multitudinaria, considerando las dimensiones del edificio teatral? ¿Cómo hubiera sido la experiencia de la obra, si la votación de aquel día se hubiera inclinado hacia una resolución diferente?


Una vez afuera, al término de la función:

Es claro que el teatro -y el cine y las demás artes- de nuestros tiempos, influido por los nuevos medios de comunicación y la sensibilidad con la que percibimos el tiempo instantáneo y global del mundo humano, está en búsqueda de teatralidades que problematicen el tradicional vínculo con el público, para plantear (como también lo hacen hoy día series tan populares como Black mirror de Netflix) nuevas formas de relación, en donde el convocado no sea solamente un espectante, sino, por el contrario, agente activo capaz de intervenir efectivamente en la práctica artística a manera de co-creador.  La experimentación ha desarrollado todo tipo de resoluciones inesperadas: recorridos del público que es emancipado de su asiento, el uso de la democracia participativa, intervención de espacios alternativos o públicos, etcétera.  Es evidente que estos trabajos son ahora muy bien recibidos por las instituciones y la audiencia en general, no como les hubiera sucedido -por poner sólo un ejemplo- al Living Theatre con The connection o The Brig en su momento histórico específico. Entonces, quizá podríamos decir que más allá de las resoluciones escénicas, la importancia -por su trascendencia- de los dispositivos escénicos está en la cuña que logran clavar sobre la realidad que nos constituye como mundo. Hacer visible lo invisible (ya lo dijera Peter Brook) para producir nuevas sensibilidades que desentuman y, de este modo, amplifiquen la experiencia humana. 


Sobre el final de la temporada

Aleteo de David Gaitán, bajo la dirección de Isabel Toledo se presenta hasta el día de mañana, 2 de julio, en el Teatro del Bosque Julio Castillo del Centro Cultural del Bosque, como parte del programa "El teatro de Arte Mexicano" que impulsa la actual directora de la Compañía Nacional de Teatro, Aurora Cano, y que incluye en su propuesta la producción de cuatro dramaturgias mexicanas "Fruto en la sequía" de Itzel Lara, "La conversión del diablo" de Carlos Pascual, "Xtab" de Conchi León y, por supuesto, "Aleteo".

Con las actuaciones de integrantes del elenco estable de la Compañía Nacional de Teatro: Zabdi Blanco, Estefanía Estrada, Olivia Lagunas, Dulce Mariel, Nara Pech y Adriana Reséndiz.

@cnteatromx


Fotografía de Verónica Albarrán






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