En un escenario desnudo, sin mayores telones que aforen o escenografías que engalanen, con el espacio teatral prácticamente vacío… No, no, no. ¿Qué estoy diciendo? Esperen un momento, comencé mal; esto primero que he dicho no es del todo cierto. ¿Dije escenario vacío? No, no y no. Corrijo:
Con muy pocos elementos sobre las tablas, el universo del
unipersonal “NO CONCRETO” convoca a la ciudad entera y el teatro se colma: caminatas
nocturnas sobre Calzada de Tlalpan en el encuentro electrizante de sus hoteles
y sus putas, música de los puestos callejeros que con cumbias, salsas y
bachatas construyen la atmósfera del paso citadino, callejones rinconeros develándose
como lugar inesperado para el besuqueo adolescente, soledad de las banquitas en
los parques enrejados manifestando su falta de luz y el peligroso ahogo de la asfixiante
sombra cómplice; y, también, el humano cruce con el canto inconfundible del
señor de los tamales entonando su vendimia, o el brazo correoso del albañil mal
pagado echando el costal de cemento sobre el hombro para construir el mundo que
nunca podrá habitar y, luego, éste mismo, sin embargo, bailando a todo mecate
el cansancio de la jornada con el relajo del sonidero que cierra el paso vehicular
para el reventón de la barriada; y, más allá, entre el caserío de los bordes
marginados, la polvareda del campo de futbol y su reflejo de sol a media tarde.
Por supuesto, no falta la queja inevitable de esta falta de cielo abierto,
limpio y claro, ya sea por el esmog de nata ennegrecida y espesada, o por la interrupción
de líneas (en amasijo de serpientes y otras marañas) con el constante cruce de cables
inservibles, hechos nudo y de los que suelen colgar tenis olvidados, botines en
desuso y zapatitos viejos. También, la verticalidad gigantesca de los muchos
edificios amontonados en la competencia por arañar una bóveda celeste que parece
alejarse, inalcanzable, para la florecita de asfalto recién nacida de la loza
rota, gracias a la terquedad del árbol estrangulado que se resiste a contener la
fuerza imperiosa de sus raíces largas.
De este modo, y todavía con más y mejores detalles
provenientes de otras voces que nos habitan, el escenario principal del Foro
Shakespeare es universo donde se manifiesta la vida toda que nace y muere en esta
naturaleza de concreto que hemos creado para vivir.
Sí, así está mejor. Entonces, continúo:
Decía que, desde esta perspectiva crítica por compleja y dialéctica
por contradictoria, la ciudad global hace su aparición como personaje
protagónico del acontecimiento teatral: el sólido hormigonado con revestimiento
de alquitrán que aplana y sepulta, apisona y enrasa es el paisaje que atiborra
el escenario con su grisáceo panorama de desierto.
Horizonte de pavimento universal que se despliega, sin
embargo, como es necesario y urgente para los tiempos que corren, desde lo
histórico-concreto; es decir, situando la teatralidad en ésta nuestra
particular y específica Ciudad de México. En otras palabras, la pieza teatral
se eleva a lo concreto, porque la vida de la urbe no se dibuja como estampa
turística atenazada en la imagen quieta de una postal mentirosa por parcial.
No, no, no. Muy por el contrario, la actuación generosa, entregada y
transparente de Diego Martínez Villa, llena el teatro con la dinámica del
núcleo urbano en su proceso de transformación continua: monstruo contrahecho y terrible
que, sin embargo, se ensancha cuando respira.
Esto se hace posible, claro está, por el cruce de tiempos,
personajes y memorias habitantes del juego poético -es decir, del lenguaje que desborda
sus propios límites y, por tanto, produce conocimiento, pues, expresa lo
indecible, como un río que se sale de madre y fertiliza más allá de sus
cotidianas orillas- de la dramaturgia vibrante de Thelma Carrizosa; quien, no
duda en jugar con la musicalidad de las palabras, provocando imágenes
sobrepuestas, acumuladas, que revientan sus propios significados para cobrar
nuevas sensibilidades y resucitar, en la experiencia de los asistentes, toda
suerte de memorias musculares, auditivas, olfativas, táctiles; imágenes
internas que resucitan para la construcción de una memoria crítica colectiva.
De este modo, el recuerdo de las calles de la infancia y el
del actual trajín urbano se hacen presentes, cuando tejen los hilos del panorama
cambiante que va escribiendo nuestro futuro. Para aclarar esto último, un ejemplo
pequeñito pero extraordinario en el montaje: Diego nos recuerda que, el día de
hoy, sobre el campo de futbol conviven: el don futbolero -que ha heredado el chilango
gusto por el balompié para celebrar el gooolaaaazoooooo dominicaaaaaal o recriminar
con pasión rabiosa la falta brutal sobre el hueso de la espinilla contrincante-,
con los haitianos recién llegados, migrantes exiliados por la situación de
carencia en su madre tierra y que ahora integran el mismo equipo; de modo que,
aún a pesar de todas las dificultades en la distancia de los idiomas,
finalmente, el español y el francés terminan por cohabitar sobre el gusto de la
cascarita para mutarse en una nueva forma, en el caló inesperado de un sujeto
naciente.
Esto, entre muchas otras riquezas que se van recogiendo en
el recorrido de la obra teatral, por plantearse desde una mirada original como
confesión que enlaza la experiencia de un testimonio íntimo con la problemática
social compartida en el cotidiano devenir. Se entenderá, por tanto, que el
trabajo del unipersonal no se recargue en el tema de actualidad, el trending
topic, el chisme que arde en boca de todos, la tendencia del momento, la línea
dictada por el estado, la nota roja que lucra con la tragedia, o ninguno de los
imperativos establecidos por la productividad mercantil mundializada. No, no,
no y qué bueno y qué fértil el discurso que retoma lo que somos desde la mirada
compleja de la vida, con todas sus tensiones, con el con y con el contra, para
hacer gráfica sensible del río revuelto en que nos hacemos la vida.
A la salida del teatro, usted podrá constatar lo que le digo,
una mirada despierta le hará ver el camino hacia su casa, o al trabajo, o a la
tienda, con otros ojos, con otro brillo.
Vaya, pues, a disfrutar del trabajo de este equipo que
se acuerpa en la imaginación de Diego Martínez, quien, además, lo hace a uno
sentir como si platicara con un viejo amigo; Diego es un actor que sabe
respirar la escena, lo suficiente como para construir un vínculo afectivo con
la audiencia y atender a todos los estímulos que atraviesan el acontecimiento
para integrarlos a la ficción.
Vaya y verá lo que le digo.
NO CONCRETO, unipersonal de Diego Martínez Villa con la dramaturgia de Thelma Carrizosa y la dirección de Bárbara Alvarado, se presentará los siguientes dos miércoles, 17
y 24 de septiembre, en el escenario principal del Foro Shakespeare, a las 20:30
horas. ¡Últimas funciones!
Liga para la compra de boletos: https://share.google/
Diseño del cartel: Ricardo Velasco.
Comentarios
Publicar un comentario
Nos interesan tus comentarios...