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En el Teatro La Capilla: SEDIENTOS...


Sobre la calle Madrid 13 de la colonia Del Carmen caía un aguacero tormentoso, cuando me animé a salir de la fila para buscar conversación con algunos que también esperaban entrar al teatro.

La jovencita vestía toda de negro y se la veía ansiosa por pasar a la sala, mientras el hombre que la acompañaba cubría la mitad del rostro con un cubrebocas, así que solo pude adivinar su gesto en la lectura de unos ojos pequeños y cansados: yo vine porque me gusta la obra del dramaturgo, ¿conoce sus obras? Conozco toda su obra. Entonces, ya ha visto este texto montado en algún teatro, aquí, en la ciudad... No, no he sido espectador de toda su obra, pero sí la he leído; es más, conozco al dramaturgo personalmente. Vine por él y, claro, me da curiosidad la resolución que proponga esta puesta en escena, pero, del equipo de actores o de la dirección, no sé nada, aunque espero saber algo; será difícil dado que, luego de la pandemia, ya no dan programas de mano en los teatros. Ya no sabe uno quién actúa o quién dirige, ya no sabe uno nada. Dijeron que por el riesgo de contagio no darían impresos, pero, ahora que eso pasó, que el riesgo acabó, de todas maneras, no dan nada en los teatros. Deberían imprimir la información de las obras, aunque fuera en papel estraza, aunque fuera en el papel que usan en las panaderías, pero, nada. No dan nada. Sí, estoy de acuerdo, y además también servían de documentos para hacer archivo, memoria… Así es, yo tengo en mi casa una maleta llena de programas de las obras a las que he ido; la había estado llenando… pero, ahora, nada. ¿Y tú? ¿También conoces al autor o la obra? No, él me invito y yo vine, eso es todo.

Frente a la singular pareja, una mujer madura, muy hermosa, perfumada, con un saco azul lustroso y una sonrisa radiante: me encanta el dramaturgo, aunque nunca sé cómo pronunciar su nombre ¿Wajdi? Sí, así es. Bueno, lo vengo siguiendo desde hace tiempo, he visto sus obras en distintos teatros, en diferentes partes del mundo. Dada mi historia familiar, me gustan los autores que provienen del Oriente; Libia, Irak… A ¿Wajdi?, sí, de él he visto sus obras en francés y en español. Hace unos días quise ver INCENDIOS, pero, no alcancé boletos… No es la primera vez que me pasa con sus obras, será cosa de esperar que repongan el montaje; siempre que a una obra le va bien, luego reaparece en otro lado, en otro teatro; en esas estaba cuando supe de SEDIENTOS. Me gusta el teatro, me gusta mucho, me gusta que en esta ciudad siempre hay teatro, todos los días hay teatro. ¿Me recomendarías algunas obras? Es que no hay mucho en dónde informarse sobre la programación; hay algunas páginas, sí. Por ejemplo, reviso la de “Cartelera de teatro cdmx”. En esa página las reseñas suelen ser muy completas.

Al final de la fila, un hombre vestido con traje formal se sacudía las gotas de lluvia que lo alcanzaron en su llegada a La Capilla. Vengo por el dramaturgo. Me interesa cómo el autor provoca emociones potentes, al tiempo que es divertido. Tuve un profesor que nos pidió ver una obra de su autoría y, desde entonces, sigo su trabajo cuando lo veo anunciado. Honestamente, no investigué nada sobre el grupo teatral, pero, espero ver un buen trabajo y el texto es garantía. A veces, reviso las sinopsis que se publican por aquí o por allá. Pero, no leo las reseñas porque terminan contando toda la obra y, luego, ya para qué. Tampoco leo las críticas… Me ha pasado que no estoy de acuerdo, o me quitan las ganas de ir al teatro, o no coinciden con mi gusto. Hoy, espero ver un buen trabajo, que le hagan justicia al texto. Por eso vine, a pesar de la lluvia.

En el camino a retomar mi lugar en la línea de espera (que cada vez se hacía más larga, prometiendo un lleno total), me encontré con una joven muy curiosa. A pesar del frío y de llevar faldas, la muchacha estaba sentada en el piso tejiendo una chambrita de estambre negro. ¿Por qué quieres entrevistarme si todavía no he visto la obra? Pues, vine porque me atrae el autor, he visto algunas de sus obras. Me gusta ver que el teatro independiente tenga filas largas; al Teatro La Capilla le está yendo muy bien, tiene cada vez más audiencia.

De regreso, en mi lugar y unos minutos antes de que nos dieran entrada, junto a mí, un joven de cabello alborotado, muy amable, hizo una pausa en su atención al celular demandante: hace poco me gradué de la licenciatura en literatura dramática y teatro de la Fac. Felicidades. Sí, gracias. Nunca he visto una obra de Wajdi Mouawad, pero, sí las he leído. Su dramaturgia me atrae porque toca temas profundos, conmovedores, a través de un lenguaje accesible, cercano. ¿Coloquial? Sí, coloquial. También me gusta cómo desarrolla la trama de los personajes. Vine por eso, y porque conozco a la actriz. Además, me parece importante apoyar el teatro independiente que se hace mucho en esta ciudad y que se hace bien. Siempre hay oferta teatral. Siempre hay algo que ver.

Dieron la entrada a la sala y la sedienta fila comenzó a sumergirse en la cóncava arquitectura del Teatro La Capilla. Una joven muy agradable y hasta risueña iba entregando los programas de mano de la obra que, además, incluían el regalo de un separador de libros. No pude evitar pensar en el señor del cubrebocas; debió haberse puesto muy feliz mientras se acomodaba en su asiento, para leer -entre llamada y llamada- las palabras del director, la sinopsis, los créditos y la lista de agradecimientos. Me lo imaginé llegando a su casa para abrir el tesoro de maleta memoriosa e incluir en su botín de coleccionista, la nueva preciosa adquisición.

La sala de butacas estaba llena, incluso con público en la parte de arriba. Sobre el escenario, los actores construían el laberinto de la atmósfera y entre luces azules, esperaron a que los invitados ocupáramos las butacas. En una suerte de trazo sobre movimientos lentos, casi suspendidos, dos actores y una actriz, estaban ahí, sintiéndonos, a veces mirándonos, escuchando el parloteo inevitable de la ansiosa audiencia.

Tercera llamada y la explosión de Nabí Garibay abrió al público con la verborrea de su personaje Murdoch, para provocar las exclamaciones y risas cómplices de quienes éramos directamente aludidos por su discurso. Y es que esa palabrería infinita era elocuente en los reclamos que el adolescente escupía contra la vida organizada, compartimentada hasta el hartazgo, sobre el cuadriculado de horarios y fechas fijas con repetición sistemática; o, en franco antagonismo irreverente ante los conductores de la “caja idiota” -hoy, en todo caso: pantalla plana o espejo idiota enajenante- y su hábito malsano de colarse hasta el último reducto de intimidad, para señalar lo que hay que hacer, sentir y pensar; o para confesar el vacío desesperante, la náusea de una nada abismal ante la incapacidad de imaginar un futuro posible. Y, luego, preguntar por la belleza. ¿Dónde está la belleza? ¿Qué decir de la belleza?  Nabí Garibay es el alma de la obra: verbosidad que no puede evitar escaparse de una boca (la boca de Murdoch) para revelar la angustia de un tiempo del que Wajdi Mouawad busca, desesperadamente, encontrar una metáfora teatral reveladora, esperanzadora. Una metáfora poética que nos emancipe del sueño malsano en que vivimos sumergidos, sin escuchar las señales de alerta que nos gritan los jóvenes con valientes ímpetus rijosos.

El dramaturgo se multiplica a sí mismo en su propia trama, también en el personaje a cargo de Antón Araiza (Boon), quien hace un antropólogo forense que hurga en el cuerpo de la ansiedad adolescente y de la infancia solitaria, la metáfora liberadora del malestar compartido: en este mundo absurdo, ¿dónde está la belleza? ¿Qué decir de la belleza para abrir el camino hacia el futuro? ¿Cómo resucitar el cadáver de la esperanza?

De este modo, el dramaturgo obliga a los personajes a indagar una posible respuesta: en la vitalidad rabiosa -de Murdoch-, o en el aislamiento vulnerable del personaje de una niña (Noruega) escondida del mundo que le devora las entrañas. En esta niña, la actuación de Mel Fuentes resulta inquietante con su presencia de fantasmagoría incierta, ambigua.

La dirección de Enrique Aguilar pone al equipo de actores (y también al público) a huronear los recuerdos que obsesionan al dramaturgo, en su búsqueda por encontrar el símbolo que nos despierte a la pesadilla de esta vida.

Para eso, igual que los personajes en la ficción que se desdobla, coincidimos en que será preciso resucitar a los muertos, sin lugar a dudas. Sin embargo, la imagen emancipadora se encuentra en espera de ser desvelada.

Un aplauso amoroso cerró el ritual de la función y al salir ya no llovía, así que pudimos caminar tranquilamente sobre las callejuelas frescas de Coyoacán. Mientras andábamos por ahí, pensaba (¿me preguntaba?) algunas cosas: ¿Será ese malestar insurrecto, esa sensación de vacío (como exiliados de la vida bella) que pulsa la pluma del dramaturgo en tanto herida abierta (quizá, también, por su propia historia de vida), lo que identifica y llama a la sensibilidad del público de esta ciudad monstruosa, contradictoria y compleja?

Cierto es que la sala de butacas se llena cuando la puesta en escena toma en cuenta al público en sus intereses, sus ansias, su sed.


SEDIENTOS DE WAJDI MOUAWAD

TRADUCCIÓN: HUMBERTO PÉREZ MORTERA

DIRECCIÓN: ENRIQUE AGUILAR

ACTUACIONES: ANTÓN ARAIZA, NABÍ GARIBAY Y MEL FUENTES.

PRODUCCIÓN: EDUARDO CANTO Y FERNANDA ENEMI

TEMPORADA DEL 5 DE JUNIO AL 7 DE AGOSTO, LOS JUEVES, A LAS 20 HORAS, EN EL TEATRO LA CAPILLA.

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FOTOGRAFÍAS: Verónica Albarrán




Diseño de cartel: Ingrid García Velázquez.

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