Sobre la
calle Madrid 13 de la colonia Del Carmen caía un aguacero tormentoso, cuando me
animé a salir de la fila para buscar conversación con algunos que también esperaban
entrar al teatro.
Frente a la
singular pareja, una mujer madura, muy hermosa, perfumada, con un saco azul lustroso
y una sonrisa radiante: me encanta el dramaturgo, aunque nunca sé cómo
pronunciar su nombre ¿Wajdi? Sí, así es. Bueno, lo vengo siguiendo desde hace tiempo,
he visto sus obras en distintos teatros, en diferentes partes del mundo. Dada
mi historia familiar, me gustan los autores que provienen del Oriente; Libia,
Irak… A ¿Wajdi?, sí, de él he visto sus obras en francés y en español. Hace
unos días quise ver INCENDIOS, pero, no alcancé boletos… No es la primera vez
que me pasa con sus obras, será cosa de esperar que repongan el montaje; siempre
que a una obra le va bien, luego reaparece en otro lado, en otro teatro; en
esas estaba cuando supe de SEDIENTOS. Me gusta el teatro, me gusta mucho, me
gusta que en esta ciudad siempre hay teatro, todos los días hay teatro. ¿Me recomendarías
algunas obras? Es que no hay mucho en dónde informarse sobre la programación; hay algunas
páginas, sí. Por ejemplo, reviso la de “Cartelera de teatro cdmx”. En esa
página las reseñas suelen ser muy completas.
Al final de
la fila, un hombre vestido con traje formal se sacudía las gotas de lluvia que
lo alcanzaron en su llegada a La Capilla. Vengo por el dramaturgo. Me interesa
cómo el autor provoca emociones potentes, al tiempo que es divertido. Tuve un
profesor que nos pidió ver una obra de su autoría y, desde entonces, sigo su
trabajo cuando lo veo anunciado. Honestamente, no investigué nada sobre el
grupo teatral, pero, espero ver un buen trabajo y el texto es garantía. A
veces, reviso las sinopsis que se publican por aquí o por allá. Pero, no leo
las reseñas porque terminan contando toda la obra y, luego, ya para qué.
Tampoco leo las críticas… Me ha pasado que no estoy de acuerdo, o me quitan las
ganas de ir al teatro, o no coinciden con mi gusto. Hoy, espero ver un buen
trabajo, que le hagan justicia al texto. Por eso vine, a pesar de la lluvia.
En el camino
a retomar mi lugar en la línea de espera (que cada vez se hacía más larga,
prometiendo un lleno total), me encontré con una joven muy curiosa. A pesar del
frío y de llevar faldas, la muchacha estaba sentada en el piso tejiendo una
chambrita de estambre negro. ¿Por qué quieres entrevistarme si todavía no he visto
la obra? Pues, vine porque me atrae el autor, he visto algunas de sus obras. Me
gusta ver que el teatro independiente tenga filas largas; al Teatro La Capilla
le está yendo muy bien, tiene cada vez más audiencia.
De regreso,
en mi lugar y unos minutos antes de que nos dieran entrada, junto a mí, un
joven de cabello alborotado, muy amable, hizo una pausa en su atención al celular
demandante: hace poco me gradué de la licenciatura en literatura dramática y
teatro de la Fac. Felicidades. Sí, gracias. Nunca he visto una obra de Wajdi
Mouawad, pero, sí las he leído. Su dramaturgia me atrae porque toca temas profundos,
conmovedores, a través de un lenguaje accesible, cercano. ¿Coloquial? Sí, coloquial.
También me gusta cómo desarrolla la trama de los personajes. Vine por eso, y
porque conozco a la actriz. Además, me parece importante apoyar el teatro
independiente que se hace mucho en esta ciudad y que se hace bien. Siempre hay
oferta teatral. Siempre hay algo que ver.
Dieron la
entrada a la sala y la sedienta fila comenzó a sumergirse en la cóncava
arquitectura del Teatro La Capilla. Una joven muy agradable y hasta risueña iba
entregando los programas de mano de la obra que, además, incluían el regalo de
un separador de libros. No pude evitar pensar en el señor del cubrebocas; debió
haberse puesto muy feliz mientras se acomodaba en su asiento, para leer -entre
llamada y llamada- las palabras del director, la sinopsis, los créditos y la
lista de agradecimientos. Me lo imaginé llegando a su casa para abrir el tesoro
de maleta memoriosa e incluir en su botín de coleccionista, la nueva preciosa
adquisición.
La sala de
butacas estaba llena, incluso con público en la parte de arriba. Sobre el
escenario, los actores construían el laberinto de la atmósfera y entre luces
azules, esperaron a que los invitados ocupáramos las butacas. En una suerte de
trazo sobre movimientos lentos, casi suspendidos, dos actores y una actriz,
estaban ahí, sintiéndonos, a veces mirándonos, escuchando el parloteo inevitable
de la ansiosa audiencia.
Tercera
llamada y la explosión de Nabí Garibay abrió al público con la verborrea de su
personaje Murdoch, para provocar las exclamaciones y risas cómplices de quienes
éramos directamente aludidos por su discurso. Y es que esa palabrería infinita era
elocuente en los reclamos que el adolescente escupía contra la vida organizada,
compartimentada hasta el hartazgo, sobre el cuadriculado de horarios y fechas
fijas con repetición sistemática; o, en franco antagonismo irreverente ante los
conductores de la “caja idiota” -hoy, en todo caso: pantalla plana o espejo
idiota enajenante- y su hábito malsano de colarse hasta el último reducto de
intimidad, para señalar lo que hay que hacer, sentir y pensar; o para confesar
el vacío desesperante, la náusea de una nada abismal ante la incapacidad de imaginar
un futuro posible. Y, luego, preguntar por la belleza. ¿Dónde está la belleza?
¿Qué decir de la belleza? Nabí Garibay
es el alma de la obra: verbosidad que no puede evitar escaparse de una boca (la
boca de Murdoch) para revelar la angustia de un tiempo del que Wajdi Mouawad
busca, desesperadamente, encontrar una metáfora teatral reveladora, esperanzadora.
Una metáfora poética que nos emancipe del sueño malsano en que vivimos
sumergidos, sin escuchar las señales de alerta que nos gritan los jóvenes con valientes
ímpetus rijosos.
El dramaturgo
se multiplica a sí mismo en su propia trama, también en el personaje a cargo de
Antón Araiza (Boon), quien hace un antropólogo forense que hurga en el cuerpo
de la ansiedad adolescente y de la infancia solitaria, la metáfora liberadora del malestar
compartido: en este mundo absurdo, ¿dónde está la belleza? ¿Qué decir de la
belleza para abrir el camino hacia el futuro? ¿Cómo resucitar el cadáver de la esperanza?
De este
modo, el dramaturgo obliga a los personajes a indagar una posible respuesta: en
la vitalidad rabiosa -de Murdoch-, o en el aislamiento vulnerable del personaje
de una niña (Noruega) escondida del mundo que le devora las entrañas. En esta
niña, la actuación de Mel Fuentes resulta inquietante con su presencia de
fantasmagoría incierta, ambigua.
La dirección
de Enrique Aguilar pone al equipo de actores (y también al público) a huronear
los recuerdos que obsesionan al dramaturgo, en su búsqueda por encontrar el
símbolo que nos despierte a la pesadilla de esta vida.
Para eso, igual
que los personajes en la ficción que se desdobla, coincidimos en que será
preciso resucitar a los muertos, sin lugar a dudas. Sin embargo, la imagen emancipadora
se encuentra en espera de ser desvelada.
Un aplauso
amoroso cerró el ritual de la función y al salir ya no llovía, así que pudimos
caminar tranquilamente sobre las callejuelas frescas de Coyoacán. Mientras andábamos
por ahí, pensaba (¿me preguntaba?) algunas cosas: ¿Será ese malestar insurrecto,
esa sensación de vacío (como exiliados de la vida bella) que pulsa la pluma del
dramaturgo en tanto herida abierta (quizá, también, por su propia historia de
vida), lo que identifica y llama a la sensibilidad del público de esta ciudad
monstruosa, contradictoria y compleja?
Cierto es
que la sala de butacas se llena cuando la puesta en escena toma en cuenta al
público en sus intereses, sus ansias, su sed.
SEDIENTOS DE WAJDI MOUAWAD
TRADUCCIÓN: HUMBERTO PÉREZ MORTERA
DIRECCIÓN: ENRIQUE AGUILAR
ACTUACIONES: ANTÓN ARAIZA, NABÍ GARIBAY Y MEL FUENTES.
PRODUCCIÓN: EDUARDO CANTO Y FERNANDA ENEMI
TEMPORADA DEL 5 DE JUNIO AL 7 DE AGOSTO, LOS JUEVES, A LAS 20 HORAS, EN EL TEATRO LA CAPILLA.
DA CLICK AQUÍ PARA LA COMPRA DE BOLETOS.
![]() |
Comentarios
Publicar un comentario
Nos interesan tus comentarios...