Tarde de verano en el circo junto al parque de los venados

 

La tradición mexicana del Circo Atayde nos espera a la vuelta de la cuadra.

Seres bellísimos hasta lo extraordinario, alzan su volada sobre nuestras cabezas rozando el límite de la carpa celeste. Poniendo su vida en riesgo, realizan el divino ritual de desafiar al sueño de la muerte infame. El público grita, los nervios se crispan, 360° de ojos atentos al desliz de un posible accidente que finalmente se supera. Los ahora inmortales ángeles maravillosos, ataviados con trajes de lentejuelas reflejantes, triunfan sobre la altura y el vértigo. Aquellos cuerpos suspendidos, agigantados por la peligrosa distancia, concretan la utopía esa, tan humana, de poder volar como las aves. Cuando descienden, sin embargo, humildes y generosos ofrendan la aventura arriesgadísima de su acto, en una amable reverencia que hace estallar el aplauso eufórico, la sonrisa amorosa y el asombro infantil de todos los presentes; quienes, por un momento, volamos junto con ellos como montados en inmensas alas.

Entonces, las luminarias giran en todas direcciones para, finalmente, dibujar bastones de luz que atraviesan el aire con su resplandor de plata. Un grupo de jóvenes bailarinas hacen su danza alegre, voluptuosa, desenfadada y, al mismo tiempo, eléctrica. Las palmas acompañan el ritmo de sus cuerpos vibrantes y ellas nos miran a los ojos, casi sin pestañear un solo instante. Oscuro. Las varitas luminosas se encienden entre las butacas y los espantasuegras gritan un altercado general, irreverente. Sobre el telón rojísimo del fondo, el reflector hace su magia: un payaso augusto avanza tocando la trompeta dorada que se apodera del tiempo con su metálica presencia de nervio herido. La referencia musical de Los payasos de Fellini habilita nostalgias en la memoria. Luego, la chanza, el jolgorio y la bufa nos hace reventar carcajadas inesperadas en la atmósfera de una fiesta que ya se siente como relajo desinhibido entre amigos entrañables. Cantamos juntos y nos echamos un repertorio que incluyó desde la de dos y dos son cuatro, hasta Triste canción del Tri. Para todos hubo, así que no hay queja.

Luego, vino el intermedio. Muy a tiempo, porque ya hacía hambre. Comimos nubes de azúcar azules y rosadas o platanitos dulces cubiertos con chocolate y chispas de colores.

Sobre el segundo acto, los malabarismos de una mujer-mariposa que se contorsionaba entre aros fosforescentes y la victoria del volatinero porque no se rindió a la mala suerte del primer desacierto.

Una pena que, ante tanta maravilla exacerbada, el circo no estuviera ni a la mitad de su entrada y, por tanto, el payaso Mingo tuviera que celebrar el 1° de mayo desde el centro de la pista y alzando la queja de su consciencia trabajadora con el arrebato de una voz chillona que a veces se quebraba: “son muchas las penurias, pero, si volviera a nacer, nacería otra vez payaso”. El público generosísimo, anhelante del acontecimiento excepcional -tan espiritualmente necesario-, lo abrazó agradeciendo con aplausos animosos, encendidos de ternura. Casi inmediatamente, nos limpiamos cualquier rastro de lágrima y el carnaval ardió de nuevo, para encontrar el final de la noche que reventó como luces de pirotecnia tornasolada.

El circo Atayde levantará su carpa en la explanada de la Delegación Benito Juárez de lunes a viernes y los sábados y los domingos, por dos semanas más a partir de este 1° de mayo. Los precios muy accesibles.




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