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XI Encuentro de investigación y documentación de artes visuales: ¡La teoría, compañeros, la teoría!

El día de hoy concluyeron las actividades del XI encuentro de investigación y documentación de artes visuales convocado por el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas (CENIDIAP), en el marco de las celebraciones por sus 40 años de trabajo. El programa de este XI encuentro presentó una selección de los trabajos realizados por las investigadoras e investigadores del centro, a través de conferencias que, en su mayoría, se concentraron en la narración de las experiencias vividas por los investigadores durante sus procesos de indagación y documentación o, por otro lado, en el reporte sintético de los proyectos de trabajo que se llevan a cabo dentro de los diversos seminarios ofrecidos por el CENIDIAP. En este sentido, resulta congruente y se entiende la preocupación planteada por las direcciones del CENIDIAP y del Centro Nacional de las Artes (CENART) durante la inauguración del evento, en donde los maestros Alfredo Gurza y Vicente Jurado observaron la necesidad de un pensamiento crítico sobre los procesos de producción de conocimiento en torno a las artes; para, por un lado, abrir el requerido diálogo teórico-práctico entre los centros de investigación y las escuelas de arte que se sitúan en el CENART y, por otra parte, desde el acontecimiento del logos propio de la praxis estética, incidir efectivamente en la compleja realidad que vivimos, de modo que sea posible contribuir al cambio de las condiciones materiales que nos dificultan la vida, a través de un sujeto social capaz de posicionarse a la altura de nuestra memoria histórica viva. Ahora bien, la mencionada renovación no puede realizarse sin tomar en cuenta los logros alcanzados y de los cuales, dentro de las diversas participaciones, mucho destaca la ponencia presentada por el historiador y crítico de arte, investigador titular del CENIDIAP, Luis Rius Caso, quien compartió su trabajo de rescate sobre la memoria del pintor mexicano Benjamín Coria, a través de una investigación que encontró el rumbo de sus indagaciones en los hallazgos de una intuición que no se ajusta a las recetas de funcionalización, sino que se mantiene abierta y activa al llamado de lo que se convoca en lo inesperado. De este modo, y además respondiendo con rigor teórico a la realidad compleja -que no compartimenta los saberes por áreas de conocimiento o disciplinas-, la investigación de Rius Caso se ofrece interdisciplinaria cuando hace encarnadura promiscua de saberes detonados en la búsqueda de la vida y obra del mencionado artista mexicano, y que revela -más allá de lo meramente biográfico- conocimiento valioso sobre el proceso histórico de principios del siglo XX hasta nuestros días, vinculando referencias que van desde los propios cuadros de Coria, la documentación de su trabajo como profesor en la Academia de San Carlos, la caricatura que le realizara el Chango García Cabral y el conocimiento ofrecido por la novela "Apenas lo puedo creer. Entre pinceles y bayonetas" de Héctor Olea Coria, entre otras cosas. Por supuesto, las conversaciones detonadas entre los ponentes de las mesas siguientes, también plantearon temas interesantes y pertinentes para nuestros tiempos. Sin embargo, es preciso decir que los debates mucho circularon en torno a la valoración mercantil o la categorización abstracta de las prácticas artísticas, esto es: la discusión sobre si esto es o no es graffiti, si aquello se puede considerar o no un mural, si el muralismo ha derrotado o no al graffiti, si el graffiti se ha puesto “las pilas” porque encontró cómo venderse mejor, etcétera, etcétera. En otros casos, como lo fue la mesa a la que fui invitada a participar “Investigación/educación/creación”, el planteamiento de que la investigación es por antonomasia, sinónimo de creación cuando plantea procesos metodológicos diversos de los cuales se puede extraer -como quien desangra a un paciente enfermo- conocimiento valioso, no se arriesga, sin embargo, a entrar en ninguna discusión que implique la reflexión teórica de aquello que estamos llamando creación. Digo esto, porque coincido con la necesaria problematización de los procedimientos de academización que encorsetan a las prácticas artísticas -y a la producción de conocimiento en general-, pero, me parece que esto no puede implicar la renuncia al estudio riguroso de la teoría, cuando ahí se hallan herramientas imprescindibles para alcanzar la praxis verdadera. Una praxis que implica la lectura y el análisis de textos que nos ayuden a entender y problematizar nuestro presente, para estar en posibilidad de construir tácticas poéticas efectivas que no sean, como dice el Maestro Híjar, “flor de un día”. Por ejemplo, y en torno a la creación como producción de conocimiento, Platón en el Phaedrus, considera el trabajo literario en tanto conocimiento de lo extra racional, haciendo un himno a la locura por considerarla el modo más alto de pensamiento, cuando se asocia con lo erótico y de este modo abre puertas para ver y conocer. O, Sócrates (canalizado por Platón), señalando que las prácticas creativas no racionales permiten una contribución al conocimiento y nos educan para la posteridad. Y, "La Poética" de Aristóteles, en el apartado “Poesía e historia, comparación”, señala: “la poesía es más filosófica y esforzada empresa que la historia”. También, Philip Sidney, ya en el siglo XVI, proponía una visión de la poesía como combinación de inspiración y conocimiento: “La poesía fue la primera luz dadora para la ignorancia, su primera enfermera, de cuya leche, poco a poco, han sido alimentados los más duros pensamientos”. Por supuesto, Edgar Allan Poe en “La Filosofía de la Composición”, nos recuerda: “lo cierto es que la originalidad -exceptuando los espíritus de una fuerza insólita- no es en manera alguna, como suponen muchos, cuestión de instinto o de intuición. Por lo general, para encontrarla hay que buscarla trabajosamente; y aunque sea un positivo mérito de la más alta categoría, el espíritu de invención no participa tanto como el de negación para aportarnos los medios idóneos para alcanzarla”. Luego, Ralph Waldo Emerson, por su parte, hablaba de la poesía como razón intuitiva, mientras que C.P. Snow decía: “la falta de comunicación entre las dos esferas (las ciencias y las humanidades) es el estorbo para la solución de los mayores problemas del mundo”. También, Robert Bresson en sus "Notas sobre el Cinematógrafo", nos llama al estudio ineludible, cuando apunta para sí mismo en su primer aforismo: “Desembarazarme de errores y falsedades acumulados. Conocer mis recursos, estar seguro de ellos”. L. Murray, el poeta y crítico australiano, por otro lado, exclama sobre la poesía: “todo verdadero poema es más grande que la iluminación, más importante y más sustantivo para la vida humana”. El norteamericano, Wallace Stevens, adscrito a la corriente vanguardista, se referiere a la poesía como “la esencia que toma su lugar como redención de la vida”. Y, para cerrar este listado que podría extenderse muchas páginas más, está lo señalado por el crítico literario, Roland Barthes “las innovaciones del conocimiento emergen primero en el trabajo de las artes y sólo subsecuentemente emergen en la filosofía”; o lo escrito por Albert Béguin en “Creación y destino”: “La poesía no es mágica posesión del fuego prometeico, sino que guarda un conocimiento más humilde: una conciencia de la condición humana”. De modo que, si el acto creador implica la conciencia de la condición humana, entonces, no podemos sino estar de acuerdo con la intervención del Maestro Alberto Híjar y entender la muy sentida exclamación con que clausura el evento académico del XI encuentro de investigación y documentación de artes visuales: ¡LA TEORÍA, COMPAÑEROS, LA TEORÍA! Es preciso el rigor teórico, que nos está urgiendo ahora mismo, cuando abrir la conciencia de la condición humana implica reconocer de primera instancia, que la productividad mercantil mundializada domina el mundo en que vivimos y dentro de este, a la esfera de las artes, que no está escindida del proceso histórico desigual y combinado. Es preciso, por tanto, frente a la emergencia de nuestro tiempo, que el trabajo del arte y la cultura luche por la transformación de las condiciones materiales; de otra forma su potencialidad será irrealizable y seguiremos dando vueltas en torno a nosotros mismos, enfrascados en nuestras pequeñas pugnas por el capital simbólico e intelectual que perpetúa los procesos de explotación capitalista, cuando convierte las iniciativas académicas en centros de negocio ocupados en reportar la mayor cantidad de salidas y resultados y productos mesurables, medibles, cuantificables, con que se puedan incrementar las ganancias financieras, los reconocimientos económicos, las becas; pero que, en lo concreto, son incapaces de materializar perspectivas utópicas; entendiendo por utopía-concreta: el necesario desarrollo a la medida del ser humano en la oportunidad de su realización y en la producción emancipada de la riqueza y la belleza del mundo en cosas, para todas y todos. Entonces, es preciso el trabajo que nos llama sobre lo que nos es común. ¿Y qué es lo que nos es común? Lo que nos es común es esta existencia que no está a la medida de nuestro deseo de vida emancipada. Claro está que, para llevar nuestra discusión con dirección a ese rumbo, insisto, la teoría crítica nos hace mucha falta: ¡LA TEORÍA, COMPAÑEROS, LA TEORÍA! De otro modo, ya lo sabemos, el sistema capitalista -que son los modos de relación económica, política, afectiva, social y cultural- que nos habita hasta la médula de los huesos, puede fagocitar, tragar, asimilar, cualquier iniciativa por mejor intencionada que parezca y por más que su discurso se proponga como revolucionario. Es preciso evitar la sublimación represiva de la producción únicamente informativa que se desentiende de la urgente intervención activa y operante, cuando no se posiciona en el proceso histórico de la lucha de clases, que es la única perspectiva que el capitalismo no puede convertir en mercancía, o posición de poder intransigente, o capital cultural burgués, o como sea que se le llame a esa edulcoración que desactiva la potencia libertaria. Es preciso que la lucha contra la miseria, el machismo, el racismo, etcétera, no se convierta en objeto de consumo. Es preciso, entonces, un pensamiento crítico que no se establezca desde el juicio del gusto, o las tendencias de moda; y, que, al mismo tiempo, sea capaz de develar las crisis humanas -con todo el riesgo que esto implica- para alertar a las conciencias y estar en tiempo de virar el rumbo, cuantas veces sea necesario, sobre los problemas que nos surjan en el camino compartido. De otro modo, la sala de butacas seguirá ocupada no más que por amigos cercanos o adversarios conocidos, y los museos continuarán convocando a puros públicos específicos y nada más que por periodos mínimos, y las publicaciones serán pocas y poco leídas, y las intervenciones serán cada vez más breves porque el tiempo apremia, y la potencia del humor se reducirá al chiste en corto de la broma privada, y nos seguiremos aplaudiendo entre nosotros mismos.

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