Tarde de verano en el circo junto al parque de los venados
La tradición mexicana del Circo Atayde nos espera a la vuelta de la cuadra. Seres bellísimos hasta lo extraordinario, alzan su volada sobre nuestras cabezas rozando el límite de la carpa celeste. Poniendo su vida en riesgo, realizan el divino ritual de desafiar al sueño de la muerte infame. El público grita, los nervios se crispan, 360° de ojos atentos al desliz de un posible accidente que finalmente se supera. Los ahora inmortales ángeles maravillosos, ataviados con trajes de lentejuelas reflejantes, triunfan sobre la altura y el vértigo. Aquellos cuerpos suspendidos, agigantados por la peligrosa distancia, concretan la utopía esa, tan humana, de poder volar como las aves. Cuando descienden, sin embargo, humildes y generosos ofrendan la aventura arriesgadísima de su acto, en una amable reverencia que hace estallar el aplauso eufórico, la sonrisa amorosa y el asombro infantil de todos los presentes; quienes, por un momento, volamos junto con ellos como montados en inmensas alas.