Estimado respetable:
Antes de arrancar el curso de esta misiva, quisiera
mencionarte algunos datos importantes a tener en cuenta para lo que aquí
conversaremos: el texto de la actriz y dramaturga Bea Carmina -co-fundadora y
co-directora de la compañía de teatro itinerante y de repertorio “Teatro
Popular Universitario” (TPU) de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México
(UACM)- fue premiado con toda justicia debido a sus méritos literarios de juego
poético delirante, por el Lark Center of Drama de Nueva York; y, ahora, se
encuentra presentándose en una segunda temporada que forma parte de las
celebraciones por los 17 años de trabajo ininterrumpido del teatro El Milagro.
Sobre de esto, es preciso aclarar que con toda intención y
sin mayores especificidades de género literario, he comenzado diciéndote “El texto de la actriz y dramaturga Bea
Carmina…” pues, considero que la trama de sus palabras alcanza la
conceptualización de “texto”, según la descripción del
filólogo y crítico literario Albert Béguin, cuando lo propone como tejido que
contiene un acontecimiento interno y lo retiene en sí mismo, porque no hay
manera de separar la idea -o, en este caso específico, la experiencia concreta-
de la urdimbre de acciones e imágenes que hacen conjunto rítmico de una
encarnación.
De modo que -ya lo verás- el entrelazado que logra la poeta
desborda la estructura de un género literario en particular, para desplegar una
inspiración liberada que cabalga sobre múltiples recursos poéticos (aliteraciones,
onomatopeyas, metáforas e ironías), que construyen un universo onírico capaz de
su propia lógica y donde, por ende, se estalla el tiempo lineal de nuestro
cotidiano para provocar la imaginación. Quiero decir, la imaginación como expresión
del infinito que nos habita a todos, cuando responde al deseo -me atrevo a
decir: nuestro deseo, el tuyo, el mío, el de todos- de tocar lo ilimitado que
nos advierte sobre la insatisfacción de la realidad infame.
En esto, por supuesto, la puesta en escena con la dirección
de Luis Ayhllón materializa la expresión de desmesura, mediante un montaje que
ensambla los instantes descarnados, poco a poco, pero con brutal vehemencia y
hasta lograr, hacia el final de la obra, una clara yuxtaposición de imágenes en
donde se producen atmósferas visuales y emocionales con la intención de evocar
ideas y conceptos abstractos que, sin embargo, nos refieren a problemáticas
sociopolíticas urgentes. Es claro que el director pone al servicio de la escena
teatral todos sus saberes y experiencia como cineasta, pues, encontrarás en el
montaje la búsqueda de un efecto emocional inquietante mediante una atmósfera
enrarecida que, inevitablemente, nos recuerda a su trabajo fílmico actualmente
en cartelera de la Cineteca Nacional; me refiero, por supuesto, al largometraje
“Partida” de la productora Dodo Escenas.
Ahora bien, para este momento y luego de tanto rodeo, te
estarás diciendo: bueno, pero, entonces, ¿de qué trata la obra?
Vayamos al grano:
Por principio y dado que tanto te aprecio, no voy a
adelantar ninguna trama que pudiera arruinar tu experiencia única e
irrepetible. Pero, para calmar un poco la curiosidad, o si me es posible, para
encenderla, te diré que la obra hace cuadro vivo de esa compulsión malsana
producida por la productividad insaciable.
Diré que la obra muestra los efectos íntimos de la
dominación impersonal que ejerce el patriarcado productor de mercancías o,
mejor aún, es la confesión del shock que nuestro sistema de relaciones sociales
y familiares provoca en la médula de la vida personal, profunda e interior.
Te diré que es registro vivo del sujeto de la modernidad
capitalista, enfermo de deseo, pero vacío de placer. Un sujeto obsesionado por
el consumo de objetos y de cuerpos como objetos.
Anhelos que se deshacen apenas se alcanzan.
Un estado de despojo.
Necesidad sistemática y continua hasta la destrucción.
Síntoma de la enajenación.
Respuesta patológica al imperativo de la acumulación.
Diagnóstico de una necesidad de control que no puede evitar
dislocarse hasta la demencia.
Tiempo fragmentado donde los ojos no reconocen su propia
mano, ni las manos saben del extremo en que se asientan los pies.
Vacío de raíces y plantas artificiales.
Aridez.
Sed.
Agua y sed.
Luces de motocicleta como presagio siniestro.
Olor a mofle.
Modo de producción capitalista que se expresa en la
disonancia de un hombre que toca el instrumento de su propio serrucho, mientras
espera… algo, cualquier cosa, todo menos el amor.
Lógica del proceso de producción mercantil mundializada en
la expresión de todas las actividades humanas.
Entidad humana, valores y modos de pensamiento como patrones
característicos del intercambio mercantil.
No digo más. Pero, ya te imaginarás el esfuerzo físico y
espiritual de los actores y las actrices que cada noche arriesgan el clavado
rumbo al abismo: Lourdes Echevarría es un grito insaciable de ritmos
vertiginosos. Rodrigo Vázquez da cuerpo a la dialéctica entre la desesperanza
impávida y la brutalidad activa del ansia, lo mismo revienta el humor ácido y
agudo que se sumerge en la tristeza hueca. Fernando Bueno desdobla a su
personaje como máscara de dos caras, primero es retruécano barroco de porfías
amorosas y luego asesino a sangre fría. Ana María Aparicio hace la lujuria
despreocupada y cínica que se divierte en el incesto. Gabriela Mercado: una
niña que todo lo sabe y todo lo ve. Sergio Biviano es la visión de la locura en
el acto de magia.
De este modo, “La aguja del iceberg” no es la punta de un
témpano gigantesco que asoma a la superficie, sino el agudo inverso sumergido
en lo profundo de nuestros sueños cotidianos, hiriendo con el aguijón de su
alfiler.
Te confieso, entonces, que ir al teatro y compartir desde la
sala de butacas el esfuerzo exacerbado por abrir los debates que se hallan en
el punto crítico, me hizo pensar sobre las contradicciones de que somos capaces,
pero no para solamente denunciarlas o cancelarlas, sino para despertar a ellas
y vivirlas como un reto por combatir.
En conclusión, estimado respetable, para ir a esta obra hará
falta que te dispongas a soñar como quien se sumerge en el agua con los ojos
abiertos.
“La aguja del iceberg” ofrecerá funciones hasta el 3 de
agosto, de jueves a domingo (jueves y viernes, 20 horas; sábados, 19 horas y
domingos a las 18 horas) en el teatro El Milagro, ubicado en Calle Milán 24,
colonia Juárez.
Coincido con la mayoría de tus conceptos sobre la obra, y la puesta en escena. Agradezco la reseña, enriqueció mi experiencia, he visto la obra y realmente es excepcional, el texto, la dirección, la puesta en escena y las actuaciones. Tu texto invita a verla de nuevo desde otro ángulo . Gracias
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario y qué bueno que el texto te invita a revisitar la obra. Esa es la intención, me da gusto. ¡Nos vemos en el teatro! Saludos y seguimos en contacto.
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